Detrás del velo

Al final, se diría que Mariano Rajoy se va a salir con la suya y va a poder acudir al próximo Consejo Europeo políticamente ultrarreforzado y sin haber tenido que someterse al desgaste de un debate parlamentario en el que la oposición tendría ineludiblemente que hacer de oposición, dado que los debates son públicos.

Pero se hace casi imposible creer que el líder del PSOE acepte de pronto plegarse a estas condiciones de discreción, por no decir de intimidad, que el presidente del Gobierno habría impuesto. Es decir: de debate en el Parlamento, nada de nada; yo no me someto a las críticas de ustedes, diputados del Grupo Socialista, ni a las de ningún otro grupo. Y usted, señor Rubalcaba, se pasa un día de éstos por mi casa, que es el Palacio de la Moncloa, para que aquí, mano a mano, pactemos las líneas maestras del respaldo que usted me va a servir en bandeja para que yo acuda a Bruselas con la fuerza inatacable de mi mayoría absoluta sumada a la de los principales grupos del Congreso.

Y, a esas condiciones, el líder del PSOE dice que sí, que muy bien. ¿Por qué, a cambio de qué, o quizá para evitar qué? Nadie podrá dudar del patriotismo de Alfredo Pérez Rubalcaba ni de su interés porque las necesidades de España se vean eficazmente atendidas en Europa. Pero es francamente raro que, ante un apoyo de estas características, cuando el Gobierno se dispone a librar una de las muchas batallas –siempre trascendentales, pero nunca decisivas– que tiene pendientes en Bruselas, el PSOE se pliegue sin rechistar a hacer el papel de secundario en la sombra, casi en la invisibilidad. Sin intervenciones públicas, sin fijar posición en la tribuna, sin que sus argumentos consten en el Diario de Sesiones. Sin nada.

En vista de lo chocante de la fórmula, deberíamos considerar la posibilidad de que el Partido Socialista esté, efectivamente, dispuesto a respaldar al Gobierno en este trance comunitario, pero desee también mantener públicamente intacto su papel de oposición a la política gubernamental en todos los demás capítulos, que son muchos. Así se entendería mejor esta aceptación de que sus acuerdos con el presidente, necesarios pero políticamente poco productivos en esta situación de crisis y de irritación ciudadana, se celebren protegidos por el velo monclovita.

Porque el presidente Rajoy estará, como parece que está, decididamente esperanzado en que los datos económicos empiecen, por fin, a despejar un poco el negrísimo panorama padecido hasta ahora. Pero eso tampoco le daría la fuerza necesaria para imponer a Alfredo Pérez Rubalcaba esta fórmula de conversación privada y apretón de manos a salvo de la mirada ciudadana, para sumar después a su acuerdo a otros grupos de la oposición.

Puede que el PSOE esté preservando ante la opinión pública su identidad de opositor para poder rentabilizarla en el futuro, cuando el tema de las pensiones o el del adelgazamiento de la Administración se pongan sobre la mesa antes de que acabe el año. El respaldo ante Bruselas no merece excesivo desgaste político. Hay que administrar la escasez.